jueves, 5 de marzo de 2009

Bitácora ...(ibídem)

El humano, nacido para la transacción, convierte en comercio hasta las propias manifestaciones de la psiquis; troca verdades y manipula realidades. Esa es su naturaleza condenada a una constante decisión, al discernimiento perpetuo, en un universo donde la misma inacción significa tomar partido. La historia de la humanidad lo comprueba. Así, la obsesión de Napoleón con Rusia, determina su propia caida y giro de la historia; la dubitatividad o la incompetencia de algunos militares hace fracasar una extraordinaria estrategia de Churchil, un lustrabotas en Viena metamorfosea en político y se convierte en dictador de Alemania, etc. No obstante, estos ejemplos sólo sirven a las personas para pedantería o satisfacer la necesidad de sentirse un poco hormiga en los planos espacio-tiempo, que quizá ni siquiera sean infinitos sino sólo inimaginables. La discriminación que realmente importa (y ya sé que no descubro América, que nadie pierda el sueño), es la individual. Y juzgo que no sólamente la propia: especialemente la de los demás, ese reflejo y termómetro donde nos medimos.

Borges en su libro de cuentos titulado El Aleph, previene en uno de los relatos la base de uno posterior. De esta manera, señala la fragilidad de la mente humana, que puede sentirse alejada del campo de la cordura, con sólo fijar la atención en un objeto y no moverla más de ese punto, con sólo obsesionarse. Posteriormente uno se encuentra con el objeto de la obsesión: el zahir. Una moneda que absorbe toda la vida conciente del protagonista. De paso uno se entera del distintos zahires históricos, como un tigre (que no sale, por supuesto de la simbología borgeana). Lástima que el relato sea tan indagatorio, y la obsesión se convierte en una obsesión sobre la obsesión misma. Igual que Joseph K se aliena al Proceso que finalmente lo condena al acero ¿Sería posible (o al menos probable) que el proceso no fuera otra cosa que la realidad de una mente esquizofrénica? Hay una buena respuesta a esta pregunta, que advertí una de esas noches en que el jazz parece que te llama desde un ángulo del parlante y el humo del cigarrillo te enseña cuán maleable se vuelve la realidad en esa niebla del alcohol que acentúa la miopía y favorece la incoherencia. Esa respuesta reza: Qué importa!
Sí, qué importa. Un tal Lovcraft siente una predilección por la palabra "ominoso" y algunos grados de latitud mas abajo, un sudamericano llega al cielo dando saltos, y, qué puede importar, si mi cielo se fue al infierno, mi proceso es una bitácora, mi zahir es una mujer y mi palabra predilecta es "yo".

4 comentarios:

karina Androvich dijo...

Creo que la verdadera revolución está en poder recomponer. Los vínculos se rompen, por eso.
Mi zahir tambien es un hombre y yo mi palabra favorita, pero desde que convivo con la falta, (la declaré reina de mi ezquizofrenia para combatirme) le di la bienvenida a una gran nube de grises y me deshice del cielo y del infierno, estoy en algo más dialéctico.

Gran sorpresa encontrar letras nuevas por acá.

karina Androvich dijo...

Ey! Para cuándo otro?

Saludos!

karina Androvich dijo...

Feliz navidad quien quiera que seas.

(no creo en dios jajaja)

Cecis ... funámbula dijo...

Releyendo viejas cosas en mi blog, me reencontre con tu bitacora...y me pregunto...qeu sucede que ya no escirbes...??