martes, 3 de junio de 2008

Bitácora de un Suicida IV

No se si es una sensación, o una presencia real. Me inclino por lo segundo. A intervalos, me parece absurdo, tanto lo uno como lo otro. Sin embargo ahí está. Y tengo la delicadeza de negarlo. Por eso, absurdamente, digo "Me siento solo". Pero si fuera fiel solamente a mí mismo, sólo al pedazo de materia y de espíritu de que soy parte, diría "Estoy con ella". Ella es insustancial, es impersonal, pero es fuerte, persuasiva, letal. Es la Soledad.

A veces quisiera echarla, pero no puedo. Está encarnada en el anzuelo de mi cabeza, señuelo de fantasmas que saben mi nombre y lo pronuncian en los estúpidos idiomas del destino: situaciones repetidas como empanadas con comino.

De todas formas, no lo niego, tiene su dulzura, un algo de seductor. La Soledad tiene forma de mujer, voz de musa, caricias de angel y rutina de viuda negra. La Soledad es un caracter en blanco, una hoja cayendo, un verso en una servilleta, colirio del crepúsculo, la silueta deducible de la luna nueva. La Soledad es la voz del mundo amortiguando el silencio, que siempre llega a nuestros oídos, pero que nunca es para nosotros, porque para nosotros es la Soledad. Por eso me siento, mirándola de frente, allí donde supongo que están sus ojos. Miro su invisibilidad en toda su extensión y la admiro. El humo absurdo del cigarro entre mis dedos intenta dibujarla con trazos de jirones, garabatos gaseosos que fracasan una y otra vez mientras a mi me da por pensar que quizás no fracasan porque quizás así es la forma de la Soledad. Pero no, la Soledad es una mujer que nos hace el amor con la ropa puesta mientras caminamos por el centro, envueltos en gente, anexados al mundo sólo por el cuerpo. Por eso el humo es absurdo, empeñándose en cubrir un cuerpo inexistente ¡Estúpido! Y pensar así es una locura, pero a mi no me importa. Soy una peritonitis en el extemo de las vísceras del destino, condenado a que me extirpen o a explotar. Un apéndice de lo que fui y de lo que pretendo ser. Desafío a la cirujía.

Sentados, mirándonos de frente, la saludo con un guiño. Me lo devuelve como se devuelve un mate amargo cebado frío. La admiro mientras pienso que, de a ratos, es todo lo que me queda por admirar.

Es un pucho, la Soledad es un pucho. Se la sostiene con los dedos índice y mayor y se observa su extremo encendido de una misantropía, que se va consumiendo derecho hasta mis dedos. Es un pucho la Soledad, pero un pucho que se fuma sin filtro. Un pucho al que se le regala los pulmones del espíritu suponiendo que los del cuerpo van a suplantarlos cuando nos falten.

La Soledad, una ventana abierta, un sendero infinito e invariable. Nos vemos y yo trato de tentarla a irse. Pero es demasiado independiente y poco influenciable en sus decisiones. Ella viene y se va cuando quiere, incluso entre la risa de una tertulia se entromete y te deja sorbiendo un vino y exhalando humo en aros, aunque tengo que admitirlo: los puchos mas ricos fueron aquellos que me fumé en Soledad. Sí, tienen otro gusto. No digo que sean mas sabroso (o sí), simplemente es distinto, es un poco sabor a Soledad. Un sabor que tendrían que explotar las marcas de cigarrillos, o no, mejor que sea gratis.

La Soledad es un punto indefinido que miramos de frente sin precisar, es ese punto que intento envolver en un aro de humo de cigarro. La Soledad es la respuesta en el teléfono que dice tu tu tu tu y el faro de la mañana dibujando una sola sombra contra la pared que nos recibía proyectados haciendo el amor. La Soledad no es tanto estarse solo, es mas bien estar sin ella.

La miro como Gregorovius miraba a la Maga, pero sin recibirla de mis ojos en sus ojos. La contemplo sin remordimientos y a veces hasta la festejo, al fin y al cabo, qué culpa tiene. La miro extinguirse con el sol, seguro de que no se ha ido, de que quedó ahí, acechándome, mirándome vestirme, lavarme la cara, tomar un par de pastillas y poniéndome colirio en los ojos para disimular en la otra vida los estragos del insomnio; seguro de que pisará detrás mis huellas en la acera y desviará la gente en mi escritorio, seguro de que ocupara la otra silla en el almuerzo y todos los asientos del colectivo, de que será ella quien, con un dedo, rompa los aros de humo que exhalo para ver saltar los leones de mi conciencia; seguro de que es un beso en mi boca que resta por dar y de que algún día me volveré loco solamente para darle forma y exprimir en ella mis instintos. Vale un verso y la caricia insegura de un adiós

8 comentarios:

Anónimo dijo...

El fondo negro,las letras blancas y tan chiquitas hacen imposible la lectura.
te agrego a los favoritos por el titulo :-) y paso en otro momento. abrzo

almassueltas dijo...

amo la soledad y el silencio...es la única manera de compartir momentos conmigo misma...
Amo la compañia y el bullcio..en su debida dosis.
Habrá que mantener el equilibrio...

buen fin de semana ;)

*AntagoniSta* dijo...

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles...

Verdaderos soplos de silencios, expectral textura de la oscuridad, he ahí mi soledad, como siempre, rendida a mis pies, formando el sinónimo de mi paisaje.

Me negaba al comentario, y las ganas me pudieron.
Un aire a Caparrós tiene ésta bitácora. Me gustó. Sí.

Saludos.

Unknown dijo...

Soledad es una amiga que hace bastante que no me visita... de vez en cuando la extraño, pero se me pasa pronto

Saludos y gracias por pasarte

Leandro dijo...

Genial...¿Quién lo publicó?...Sos vos?

Poéticamente Insurrecto dijo...

Muy bueno... te dejo unas palabras viejas, que creo que van con el tema. Gracias por tu visita y por tus palabras!


La vi llegar semimuerta
Rasgando con el cuerpo la tierra,
Degustando con placer los rincones;
La belleza y la miseria

La vi llegar murmurando su abandono
Cantando de a ratos una melodía siniestra;
Un verso entre borbotones de sangre;
Una carcajada de ira y soberbia

La vi llegar y mirarme a los ojos
Con el encorvo de los malditos,
Y la esperanza de los que no recuerdan
La vi llegar y no pude rescatarla,
Sacrificarla ni someterla.

Desde entonces ya no la niego
La hago parte de mi blasfemia
Ahora somos uno;
Uno más en esta comedia

Y así cuando la noche viene a buscarme,
Esgrimiendo la realidad de mi fracaso;
La parodia de mi experiencia

Desde su rincón,
La niñez mutilada me observa ahora
Y me grita hasta quedarse sorda
¡Que no le crea!
¡Que no le crea!

Pero la muerte es elocuente
Sobretodo cuando es lo único que se espera
Y será un poco por eso

Laura dijo...

Qué buen blog!!!!!!
EXCELENTE!!!

Peregrino dijo...

No quería decir nada a veces las palabras sobran, dejo una apreciación en la voz de otro. Interesante visión

http://www.youtube.com/watch?v=PpQiWgrJkv0