viernes, 9 de mayo de 2008

Bitácora de un... III

ro"Setenta balcones y ninguna flor". Ya lo ha dicho el poeta. Y hasta resulta inverosimil. Tal es la humanidad. Setenta balcones y ninguna flor. Y sin embargo la adornamos, con amaneceres que no existen, con incisiones entre incisiones: la cortina de humo que es la satisfacción, el abandono de la lucha por lo sublime, su sustitución por la lucha por lo accesible. (el camino hacia la felicidad (tan temporal como pueda ser la nuestra) es dos cuadras mas largo que el de la complacencia (qué esupidez) por eso me conformo con ser lo que está al alcance.) Y quien piensa lo contrario, sabe inútil cualquier esfuerzo. La corriente del espejismo lo encauza en ese torrente infortunado de imágenes olográficas que es el mundo, y aunque no logra absorverlo ideológicamente, lo anega en sus consecuencias. Triste destino el del ser mundano, condenado a la muerte, y peor aun, condenado a esta vida. Una vida hermosa, una vida condimentada de altibajos, de luchas, de recompensas que valen la pena; una vida plagada de una preciosidad artística descomunal y tan natural que parece menos increible el atribuir su construcción a una deidad que encontrar su génesis en una automanipulación química o física de sustancias. No obstante, algo se ha perdido. Quizás se ha perdido el tiempo, a raíz de una evolución de la que somos causa, y ahora es para nosotros cada vez mas efímero el mismo instante que es todos los instantes que han transcurrido desde el principio eminente. En la vida ya no hay tiempo, y en el tiempo ya no hay vida; y sin embargo siento que el tiempo me embarga la vida, aunque lo hace esencialmente, como brazo del destino. Porque el tiempo no es mas que nuestra conciencia misma de una duración, fruto de nuestra necesidad de explicarlo todo. Como lo expresó Protágoras de Abdera: "el hombre es la medida de todas las cosas". Y yo agregaría: y por ello está en él la semilla de su propia destrucción. El hombre intenta medir y medirse, y al hacerlo crea una atmósfera de razón en sus adentros, olvidándose de que no es sólo un ser pensante, sino también, un ser suceptible al sentimiento. Sustantivo este último que la razón no sólo no puede medir, sino que tampoco puede entender. Y esto no es una tesis mia, es un lúcido (y paradójico) razonamiento que el Levine de León Tolsoi desentraña en el final de Ana Karenina. Ahora que lo medito, soy un hipócrita delante del mundo y delante de mí mismo, porque si bien pienso que este juicio es muy acertado y hasta me gusta su profundidad, me encuentro desagradablemente conciente de que odio la cortina de humo de la satisfacción, odio el abandono de la dificil lucha por lo sublime, y sin embargo soy yo mismo la semilla de mi propia destrucción. Ana Karenina debió terminar en aquel bello y triste capítulo en que el cuerpo de la protagonista sucumbe bajo los rieles de un tren por propia voluntad; el resto de la novela está demás: es sabido que Kitti y Levine nacieron para ser felices, que Esteban seguirá metido en su nube de pedos siendo un profecía de la conducta de gran parte de la sociedad en ese momento futura, y que Wronsky tendría exactamente el mismo fin que su amada, aunque disfrazando el acto de un heroísmo estúpido, sin gatillar su muerte, pero corriendo hacia el disparo buscando la bala. Paradójicamente, en ningún punto me siento identificado con Ana o con Wronsky, incluso ellos tenían mas razones para dejarse llevar. Yo ni siquiera eso hago. Me repudio a mí mismo y repudio al escritor de está estúpida disposición de la vida, y camino refunfuñando, cual si tuviera que cumplir una orden, pensando que no puedo echarle la clpa a la vida ni lavarme las manos de la mugre de mis propios actos, pero que también el acto de muerte está dentro de la vida. Y eso hace que me sienta mas inundado por la sensación de que soy una verdadera mierda. Sensación que me dice que de repente lo tengo todo, de que quizá no sufro de las necesidades tan imprescindibles que otros sufren, y sin embargo siento que no tengo nada. Mis manos se refugian en mis bolsillos, como tantos, pero allí sólo hay materia, mas de nada y poco de todo. El suelo mismo es vertiginoso y mato asperezas con sonrisa y puchos. Cómo no entender a Oliveira. La sensación de que ya no hay nada que hacer, y la misma pregunta entrando por la puerta entreabierta (que nunca se cierra) de la crisis: Para qué carajo despertar. Si mi alma tiene frío, la cobijo con mantas de silencio y soledad, mantas llenas de agujeros que tapo con monedas, y que al salir al mundo guardo en el placard. Y sí, admito que mi hipocresía es más que ideológica, que desciendo cada día un peldaño hacia la oscuridad, abatido de incertidumbres, pero también agotado de certezas, bajando y mirándome bajar, visión que no hace mas que contribuir al crecimiento de este desmesurado vacío que siento. Cada azote que doy al destino, cual si fuera posible lavarme las manos, es un azote a mi propia fortaleza, porque yo también me conformo con esto que es más fácil, con esto de adaptarme a ser un ser más entre seres, aunque para mí carezca totalmente de sentido el ser, hasta que ya no tenga que hacerlo. Pero me siento víctima de esta tribulación que lleva mi alma conciente por el camino que no quiere, porque quién sino el destino me permite eludir la obligación de echarle parte de la culpa a terceros, por mas culpa que puedan tener. Yo me abandono a mi destino (destino que en algún punto yo decido, pero cuyas causas estuvieron fuera de mis posibilidades), me inmortalizo temporalmente en una bitácora, y fumo puchos mientras tarareo melodías de jazz, pensando en que mi última victoria será la de prender las velas de mi propio funeral.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La vida está dentro de ti, fluyendo por tus venas cargadas de talento.

No debes repudiarte, ni pensar en negros augurios, en los que posiblemente muchos hayamos pensado en alguna ocasión, pero que nada arreglarán.

La única lucha que se pierde es la que se abandona y si te faltan alas para volar, aquí tienes las mías.

Me gusta lo que escribes, la manera en que lo haces, pero debería de quedarse sólo en la ficción y eso es lo que espero.

Que te vaya bonito, compañero.